La exclusión social no es un síntoma

Los eventos que preceden la entrada en un centro de protección pueden incluir situaciones de desatención, abandono o maltrato; todas ellas circunstancias excepcionales, en cuanto al trato a la infancia se refiere, para los estándares de nuestra sociedad. Es quizá por el estigma que aún acompaña a los procesos de exclusión social, o más bien sobre esa marca indeleble, donde se inscriben los criterios diagnósticos de los trastornos del vínculo de apego. Así, en los manuales de diagnóstico (DSM-5, por ejemplo) se identifica el maltrato sufrido por el niño como si fuera un síntoma del sujeto; es decir, para poder diagnosticar un trastorno del vínculo, el sujeto tiene que cumplir el criterio de haber sufrido maltrato en la infancia (cuidados insuficientes, negligencia, desestructuración familiar, etc.). Pero ¿cómo puede tratarse como criterio diagnóstico a una situación que es contingente al sujeto, algo circunstancial?

Al intentar responder esta pregunta, surge la necesidad de echar mano de la condición humana en el momento del nacimiento. Sabemos que el ser humano nace en una fragilidad absoluta, es la cría más delicada del mundo animal, y por ello, son imprescindibles los cuidados maternos. Conocemos también las nefastas consecuencias que tiene carecer de los mismos; la infancia está llena de periodos críticos y de periodos sensibles para el desarrollo. Como psicólogos, en ninguna otra etapa vital nos resulta más fácil aceptar que la persona que tenemos enfrente está en cambio constante.

Pero los años infantiles están también llenos de experiencias: algunas serán celebradas por el niño, otras le resultarán insustanciales o poco relevantes en su vida,y también habrá otras que serán traumáticas. Lo imposible es saber a priori cuáles serán esos acontecimientos que el niño vivirá como un trauma. La experiencia clínica, tanto dentro como fuera del sistema de protección a la infancia, nos enseña que el trauma es fundacional, que no es exclusivo de determinados contextos de exclusión social, sino que está en la constitución subjetiva de cada persona que se enfrenta, desde su idiosincrasia, a la circunstancia que le ha tocado vivir.

Por tanto, haber sufrido una situación de maltrato no es un síntoma, es un evento que forma parte de la historia del sujeto, no sabemos nada sobre cómo lo ha subjetivado, no lo sabremos hasta que hayamos podido escuchar lo que tiene que decirnos, lo que hay en relación con ese hecho que ha tenido lugar.

Es en esa atalaya, a la que el niño o adolescente nos ha tenido que dar acceso, desde donde sí podemos observar qué está sucediendo, desde donde quizá se puedan rastrear la huellas que ha dejado el síntoma tal como lo observamos en el presente. Y lo que atisbamos en el horizonte, en algunos casos, es la poca disponibilidad del adulto que se ha ocupado de sus cuidados, una falta de apertura al niño que le ha dificultado darse un lugar en el otro. Lo leemos en la manera actual que tienen de convocar al adulto: de forma compulsiva, indiscriminada o incoherente. Lo que parece la expresión del establecimiento de un vínculo rápido; muestras de aprecio, abrazos, expresiones de cariño, etc., resulta ser una medida del lazo que no pueden establecer. En otros casos, nos encontramos con niños o adolescentes bloqueados en la interacción: niños callados, que no miran a los ojos, que no expresan cariño, etc., niños en los que el establecimiento de ese vínculo parece estar inhibido.

Tanto en una como en otra situación, lo que percibimos es la solución a la que han llegado en esa interacción entre su propia posición, o personalidad, y los eventos que les ha tocado vivir; y se trata de una creación que les ha dado algún resultado positivo dado que se ha mantenido hasta el momento presente. No es asunto nuestro el juicio moral de dicha creación, ni el de las circunstancias que la han favorecido, sino que ahí toca bajarse de la torre de vigilancia y pasar a la acción, crear la experiencia que constituye la situación terapéutica y en la que se da la posibilidad de escribir ciertos pasajes, viejos y nuevos al mismo tiempo, y observar qué cambios se producen, qué lazos se establecen, qué desbloqueos tienen lugar.