Los vertiginosos avances tecnológicos de las últimas décadas se han convertido en un reto en la labor educativa.
Nuestra población de menores como todo humano en crecimiento, tiene una facilidad muy grande para ser capturado por las pantallas. Ver y ser visto es una pulsión preeminente que tiene una función estructurante en el psiquismo humano, y a la vez un punto de atracción, de goce, que puede dejar fijado al sujeto a la imagen. Por ello su manejo en la educación es tan delicado.
Podemos distinguir en el cerebro en desarrollo un doble movimiento, el primero, de apertura a lo nuevo que se basa en la curiosidad innata del sujeto. El niño, en circunstancias normales se abre a lo complejo y se nutre de ello. Pero hay un segundo movimiento que impulsa a la fijación y a la dependencia a lo placentero, que obtura y disminuye la necesidad de apertura hacia lo nuevo.
De cómo estos dos movimientos se complementan o se oponen, podemos ver mil ejemplos en nuestra clínica.
Si hace 30 años los psicólogos avisaban del peligro de que los niños se quedaran pegados pasivamente ante la televisión, en los tiempos actuales quedamos también impresionados por el poder de los videojuegos, las redes, los chats.
Advertimos que estas nuevas herramientas de comunicación, empujan a los menores a una posición aparentemente más activa, pero que a menudo consiste en un hacer imitado, impostado, que obtura la creación, la acción singular y espontánea. Un hacer que es a menudo peligroso por el poder de difusión que incluye y por las consecuencias en cadena que puede implicar. Y, sobre todo, porque las maneja un sujeto inmaduro que suele quedar atrapado en muchas ocasiones en una dependencia al gadget
Como acompañantes del desarrollo de los menores, hemos de colocarnos en la posición que impulse a la apertura y a la motivación por crecer y aprender.
Toca al adulto distinguir cuando la red social y el móvil son una herramienta de avance o son un peligro de fijación y estancamiento.
Si pensamos en concreto en los adolescentes, el móvil y las redes sociales se han convertido en una prótesis de ellos mismos, este objeto es su herramienta más valiosa, porque es la llave de su socialización. Con ella mantiene el lazo con sus iguales, quedando absolutamente fuera de su contexto social cuando no lo tiene, ya que no han conocido una forma de vincularse en el mundo sin móviles y sin Instagram. Han nacido en un mundo de contacto inmediato sin espera, y con un contacto a distancia que puede obviar el encuentro cuerpo a cuerpo, mirada a mirada, que es el que favorece una maduración atemperada de los lazos sociales.
Todas estas premisas creemos que son necesarias para ser cuidadosos a la hora de decidir el uso que los menores harán de las nuevas tecnologías.
Establecer una normativa rígida, igual para todos, puede traer más inconvenientes que ventajas. Con cierta frecuencia nos encontramos el relato de crisis de ansiedad o conductas violentas cuando se sanciona al adolescente quitándole su móvil. No hay que perder de vista que esto no está exento de riesgos en la escalada del conflicto que se pretende educar. Quitar un móvil puede ser vivido como una amputación que ha de ser evitada a cualquier precio.
Como siempre la estructura de personalidad, el nivel madurativo del menor, impone condicionantes que hemos de tener en cuenta a la hora de administrar el acceso a estas herramientas tan poderosas.